Como escribir cuentos

Desde Cuentos con soldados (1965), y tras la publicación de más de veinte libros, entre los que se destacan: Las pelucas (1969), Bajo las jubeas en flor (1973), Casta luna electrónica (1977), Trafalgar (1979), Kalpa imperial (1984), Jugo de Mango (1988), Prodigios (1994), Tumba de jaguares (2005) y Tres colores (2008); la prolífica narradora argentina Angélica Gorodischer, es una de las escritoras más importantes de su generación y, tal vez, una de las pocas de Latinoamérica en lograr entrelazar géneros tan disímiles como resultan lo fantástico y lo real, con la solvencia que solo ella ha procurado desarrollar.

Un estilo coloquial, no exento de buen humor, que surge del ágil contraste entre el ambiente familiar y los fabulosos mundos fantásticos, erigidos con la ambición literaria de un Balzac o Dickens, esto es, en el deseo de forjar toda una comedia humana, rica en una amplia variedad de personajes, situaciones y hechos.

Su ámbito, es la imaginación: es decir, la imagen como acto y sentido, como poder y placer. Lo hace a través de un lenguaje comprendido como espacio imaginario, como materia capaz de rehacernos y devolvernos el sentido.

Una obra de gran aliento, que transita todos los géneros, a través de un tono personal. Logro que le valió no sólo numerosos premios y distinciones como los Konex de Platino, dos becas Fulbright, el Premio Gilgamesh, entre otros; sino también la admiración sin disimulos de sus pares, como la profesada por la escritora norteamericana Ursula K. LeGuin o la dramaturga argentina Griselda Gambaro.

Asimismo, sus más de trescientas conferencias sobre literatura que ha impartido en los últimos años, no hacen más que acrecentar conjuntamente con su intensa actividad como defensora de los derechos de la mujer, su merecido prestigio.

La cámara oscura (Emecé), su último libro de relatos, reúne algunos cuentos ya conocidos como el que da título al volumen y que ha sido llevado al cine por María Victoria Menis, entre otros inéditos.

Dividido en tres secciones: «En este mundo», «Las abuelas» y «No en este mundo», el libro articula en sus quince textos, todo un arco de posibilidades narrativas, ricas en pasiones y deseos; en tragedias y sueños, para goce o inquietud de cada lector. Una literatura dinámica, capaz de reformular nuestra propia experiencia de lo real, a través de una imaginación desbordante.

-La cámara oscura está dividida en tres partes. ¿Qué criterios ha seguido para seleccionar los textos que la integran?

-La primera parte («En este mundo») agrupa cuentos más o menos realistas. Digo más o menos porque la marca de la narrativa fantástica es muy fuerte y no se borra así nomás. Además yo no quiero borrarla. Son cuentos que tienen un fuerte arraigo en la realidad.

Después vienen tres cuentos agrupados en una sección que se llama «Las abuelas» porque los tres hablan de abuelas. Yo no tuve abuelas. Bueno, sí, claro que tuve, pero no las conocí y lo lamento. Sé que la abuela es una figura importante en la vida de la gente. A mí me faltó.

Ahora yo soy abuela, y además puedo escribir cuentos sobre esa nostalgia. Y finalmente están los cuentos realmente fantásticos que se agrupan en esa sección llamada «No en este mundo» y que tiene algunos de los cuentos que yo más amo.

-¿Qué temas en común descubre en esta serie de relatos?

-Temas en común hay solamente en la segunda sección «Las Abuelas» en donde se trata efectivamente, de abuelas. En las otras secciones, hay distintas ópticas desde las cuales abordar los temas disímiles.

-¿Siente que puede abordar con el cuento, regiones narrativas mucho más interesantes, comparadas con las posibilidades que ofrece la novela?

-No. Creo que tanto el cuento como la novela ofrecen las mismas posibilidades. Una se sienta a escribir una historia. El cuento y la novela tienen distintas estructuras, extensiones, etc. Pero lo fundamental está ahí: contar una historia.

-Rodrigo Fresán alguna vez escribió que la Argentina es un país de cuentos y no de novelas, contrariamente a Estados Unidos. ¿Cuál es su opinión al respecto?

-No sé. No puedo hacer teoría sobre las características de la narrativa en distintos países, incluido el mío. Les dejo esa tarea a los críticos, las académicas, los docentes, en fin, toda esa gente tan respetable y tan aburrida. Yo lo único que sé es escribir historias.

-Como usted ha comentado en reiteradas ocasiones, sus cuentos suelen surgir de cualquier vivencia en particular. Es decir, de un olor, de una música, de algo que usted pudo ver. ¿Recuerda cómo surgió el cuento «Los gatos de Roma»?

-¡Aaah, los gatos de Roma! Claro que me acuerdo. Estábamos en Roma con mi marido y dábamos un paseo por una calle un poco misteriosa, solitaria, bordeada de árboles, y de repente apareció un curita que venía hacia nosotros, muy humilde, vestido con hábito franciscano, que traía una bolsa colgando del brazo izquierdo.

Y detrás del curita empezaron a salir gatos, gatos, gatos, de todas partes salían gatos, de los portales, de los árboles, de los zaguanes, de las terrazas, de las esquinas. Y el curita siguió caminando con el séquito cada vez mayor de los gatos.

Yo me dije: tengo que escribir esto. Finalmente el curita se detuvo en un claro al lado de la calle, puso su bolsa en el suelo y empezó a sacar comida. ¡Y los gatos esperaron! Cuando el curita vació la bolsa, recién ahí los gatos se pusieron a comer y comieron educadamente, sin pelearse ni atragantarse y el curita los miraba encantado y nosotros seguimos caminando y pasamos y nos fuimos.

Y un par de años después escribí esa escena. Como cuento, no servía para nada. De modo que otro par de años después la revisé y salió el cuento, que no tiene nada que ver con el curita ni con la calle arbolada pero sí con Roma. Y con los gatos.

-¿La escritura, le sirve como catarsis?

-No. La escritura es mi modo de vivir.

-¿Al escribir, prefiere narrar en primera o tercera persona?, ¿por qué?

-Depende. ¿De qué? De muchas cosas, algunas imposibles de desentrañar. Cada cuento, cada novela, trae su propio timing y trae la voz de quien narra que puede ser él o ella o yo. O las tres cosas alternadas. En gran medida es un proceso inconsciente. Sale solo y lo mejor es dejarlo salir sin pensarlo mucho. Sólo un poco.

-Se sabe que entre las escritoras que ejercieron cierta influencia en sus libros, además de Virginia Woolf, Clarice Lispector; figura también Armonía Somers, quien actualmente está siendo reeditada. ¿Tuvo la oportunidad de conocerla?, ¿de qué modo cree que haya estimulado su escritura?

-No la conocí personalmente pero la leí intensamente. Muchas veces está detrás de mí cuando escribo, espiándome por encima de mi hombro y pensando, seguramente, en esta mujer que está escribiendo a su juicio un montón de pavadas.

Pero está. Y se queda ahí, esperando a ver si me sale algo medianamente aceptable. De paso me da algún consejo: No te pongas tan razonable, me dice. Y yo le hago caso.

-¿De qué modo cree que la ciudad de Rosario, ciudad donde usted vive desde hace tanto tiempo, se haya filtrado en sus escritos?

-De a poco. Solapadamente. Traidoramente. Apareció una vez, de refilón. Y como me gustó su aparición, la usé sin escrúpulos. De ahí en adelante, no digo todo lo que he escrito pero gran parte de ello, está puesto a propósito.

Es mi ciudad, finalmente. Y es la mejor ciudad para vivir si una quiere escribir. No un monstruo como Buenos Aires ni un pueblito como algunos de ésos de nuestras pampas. La medida justa. Y ofrece la medida justa en exposiciones, conferencias, congresos, o lo que sea de todo eso que la tironea a una y le impide sentarse a escribir en el silencio y la tranquilidad.

-Su literatura atraviesa varios géneros, permitiendo que lo real coexista cómodamente con lo fantástico. ¿Cómo llega a ese equilibro que se da, por ejemplo, en «La perfecta pasada»; esa escritura situada entre ambos polos?

-En lo que escribo, lo real coexiste cómodamente con lo fantástico porque la vida es fantástica y porque yo no sé, de verdad no sé qué es lo real.

-¿De qué manera irrumpe lo fantástico en su vida?

-Cuando yo era muy chiquita, pero muy chiquita, mi mamá me contaba cuentos y siguió contándomelos hasta que fui casi grandecita. A los cinco años me ocurrió lo más importante de mi vida: aprendí a leer.

Después me ocurrieron otras cosas que también fueron las más importantes de mi vida: escribí, por ejemplo. Me casé con mi marido, por ejemplo. Tuve dos hijos y una hija, por ejemplo. Y todo eso fue absolutamente fantástico. Con ese bagaje, ¿cómo va una a ponerse a escribir «novelas de la vida real»? ¡Pero vamos!

-Usted ha dicho en un reportaje, que la ciencia ficción le daba una libertad absoluta. Sus libros Trafalgar, Kalpa imperial y Las jubeas en flor, son prueba cabal de ello. Sin embargo, hace varias décadas que se ha alejado de ese género. ¿La libertad tiene límites o acaso, el género en cierta medida la agotó?

-No, la libertad no tiene límites. No, el género no me agotó ni se agotó. Simplemente me gusta hacer lo que se me da la gana y se me da la gana de cambiar. Siempre y en todo. Creo que efectivamente lo único perdurable es el cambio.

¿Se acuerda de aquella frase del Tlön de Borges «la realidad cede»? Bueno, la fantasía también cede. Y las dos se mezclan y eso es muy pero muy literaturizable si se me permite el neologismo.

-¿Por qué y de que manera?

-Es que, como dije, la vida es fantástica. Y la gente trata de ser razonable y hay que confesar que nunca lo logra del todo.

-¿Qué diferencias cree encontrar entre la escritura femenina y feminista?, ¿cuál es su posición ante ellas?

-Hay mujeres que escriben con conciencia de género. Sí, es cierto que hay literatura feminista, cómo no habría de haberla. Pero creo que si bien los encuentros de escritoras son saludables (siempre que invitemos a participar también a los varones), tampoco es para ponernos a inaugurar ghettos ni a creernos que ser mujer es una garantía cuando se trata de literatura.

En lo que respecta a la narrativa, se cuentan historias: el género y la ideología, si es un producto estéticamente válido, se transparentan escriba una lo que escriba. Con los escritores pasa lo mismo.

No se puede dejar aparte el género ni la ideología cuando alguien se sienta a escribir un poema o una pieza teatral o una novela. Están. Si alguien quiere teorizar sobre el asunto, bien. Pero por favor, que no sea lo inevitable cuando una mujer escribe. Amén.

-¿Para ser un buen escritor no hay que pensar mucho en el lector?

-No sé. No puedo dictar reglas sobre el asunto. Yo no pienso jamás en el lector. Me encantaría que me leyera todo el mundo. E anche todo el sistema solar. Pero cuando escribo no pienso en quién me va a leer. Pienso en que escribo, eso es todo. Si una se pone a pensar en el lector o la lectora y en lo que esa gente quiere o lo que le gustaría leer, termina escribiendo como Stephen King o Isabel Allende o Pérez Reverte. Cruz Diablo.

-«La cámara oscura», además de ser el título del libro, se trata del cuento más extenso de los aquí reunidos. ¿Cómo surgió el personaje de la abuela Gertrudis?, ¿cómo lo fue construyendo?

-Yo no construyo mis personajes. Aparecen.

-¿Qué opinión le merece la versión cinematográfica del cuento, realizada por María Victoria Menis?, ¿alguna observación que desee hacer al respecto?

-Es una película excelente. Me encantó. Y creo que Menis es una gran directora de cine que ha sido muy cuidadosa y muy respetuosa de mi texto.

-¿Es disciplinada cuando escribe, se impone horarios?

-Por supuesto. Creo que la disciplina es necesaria. Para fabricar bulones o para escribir novelas. Hay que saber, averiguar, establecer cuál es el mejor momento del día, cuándo se siente una «en estado de palabra» (muy bueno eso de estado de palabra.

Se lo oí decir a Martín Kohan en una entrevista y me pareció perfecto), y aprovechar esas horas, ese «tiempo psíquico» (esto de tiempo psíquico es de Clara Coria. Puedo ser ladrona pero no traidora) para ponerse a escribir. Sin dilaciones, sin pretextos.

-Muchos de los cuentos en este libro giran en torno a la familia. ¿Cuánto de autobiográfico hay en ellos?

-No hay nada en ninguna parte. Soy una escritora centrífuga: cuanto más lejos, mejor.

-¿Por qué?

-Porque me gusta, porque lo prefiero, porque me siento cómoda de ese modo. Yo sé que muy a menudo la gente que recién empieza se sostiene sobre sus recuerdos de infancia y adolescencia, pero a mí no me pasa. Necesito esa distancia de tiempo o de espacio o de ambas cosas.

Escribí no hace mucho tiempo un libro llamado «Historia de mi Madre», que es una memoria, no una autobiografía. Por supuesto que hay episodios o recuerdos de mi vida, pero no es una autobiografía sino simplemente un recuento de las relaciones madre-hija. Pero es una excepción entre lo que he escrito a lo largo de la vida.

-La venganza se asoma como eje en varios de sus relatos. Por ejemplo en «La sangre de los dioses», «El beguén» e inclusive, «La cámara oscura». ¿Por qué?

-Pues porque la venganza es un «Gran» tema, que lo digan si no los griegos.

-La ironía es otra de las características de sus cuentos.

-Y, sí. Y esta vez que lo diga si no Harold Bloom ese gordo machista y genial. La ironía es un gran recurso y cada vez que puedo la uso.

-¿Escribió o planeó escribir alguna vez algo que no fuera narrativa?

-Jamás.

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