Qué es el Desarrollo Local
El Desarrollo Local surge a raíz de la crisis económica de los años 70 y sólo algunos años más tarde se sistematiza su práctica y se establecen los equipos y el personal técnico que se encargará de su aplicación. Este proceso coincidió con el cuestionamiento del modelo de crecimiento económico basado en las inversiones de grandes empresas y multinacionales, de los planes de industrialización estatales, entendidos como los únicos procesos viables de desarrollo económico.
Como contrapunto gana importancia lo local. Los recursos endógenos de las zonas tradicionalmente desfavorecidas, o los de las zonas que sufren procesos de deseconomías, empiezan a ser nuevos referentes de impulso económico. La alternativa no está sólo en capitales exógenos; la diversificación económica, el empleo local y el freno de la emigración, a través de la valorización de lo autóctono y la mejora de la calidad de vida (control ambiental, servicios públicos, infraestructuras y equipamientos) son pilares fundamentales en la conceptualización y la práctica del nuevo modelo de desarrollo, del desarrollo de base local. En este proceso es fundamental encontrar nichos de mercado en los que introducirse, empleando el saber hacer de los trabajadores locales aprovechando los recursos ociosos locales.
Los procesos de desarrollo local, por la implicación de la población, la concurrencia de recursos naturales y financieros, y la necesidad de formación de los recursos humanos locales, se convierten en estrategias de medio o largo plazo. Cambiar mentalidades, completar o variar la formación y la capacitación de la fuerza de trabajo, captar y motivar a potenciales emprendedores, iniciar y consolidar nuevos sectores económicos en emplazamientos sin tradición, requieren un periodo extenso de tiempo para hacer efectivos los cambios. En definitiva no hablamos de correcciones aisladas sino de una completa modificación social y económica, que además suele arrancar de contextos territoriales poco dinámicos.
Para hacer posible esta transformación local, endógena, sobre todo al principio, hace falta un importante esfuerzo inversor. Nuevos establecimientos, acciones de formación para el empleo, mejora de las infraestructuras y equipamientos, conllevan fuentes de financiación privadas que estén dispuestas a cambiar sus objetivos, o bien que lleguen nuevos fondos públicos.
Por definición, el desarrollo local requiere una fuerte implicación de la sociedad local, auténtica protagonista de los cambios que se hacen por ella y para ella. Como acabamos de explicar, una gran parte de las iniciativas están dirigidas o promovidas por las distintas escalas de la Administración del Estado, con la intención de impulsar promociones públicas de interés general o iniciativas particulares que diversifiquen el tejido local.
A pesar de ello, existen los «otros desarrollos locales» en los que sólo participan los ciudadanos, normalmente reunidos en organizaciones no gubernamentales o asociaciones cívicas sin ánimo de lucro, que sin contar con la Administración ponen en marcha planes de actuación, que generalmente son menos dependientes de vaivenes políticos y económicos. Probablemente, el sentido último de las políticas de desarrollo local debiera ser el apoyo a la creación de esos grupos cívicos estables e independientes que promovieran sus propias iniciativas, sus propios proyectos de mejora colectiva. La actual práctica del desarrollo local parece que no se mueve en este sentido.
Aunque los procesos de desarrollo local tienen un fundamento económico, dado el enfoque y el cambio integral que pretenden, las medidas de acompañamiento de carácter sociológico, psicosocial, deben ser permanentes y actuar como facilitadoras y motivadoras de cambios en la estructura empresarial, inversora, política, y en la creación de una conciencia asociativa, participativa y de toma de decisiones compartidas por el conjunto de los ciudadanos.
Las actividades de dinamización sociocultural, afirmación y reconocimiento del patrimonio y los recursos locales, el control de la calidad ambiental, no sólo tienen el papel mediador mencionado, sino que han de ser un fin en si mismas, pues están directamente asociadas a la mejora de la calidad de vida.
Uno de los males de la aplicación de políticas de desarrollo local es la falta de continuidad y la descoordinación. La dependencia de subvenciones públicas limitadas en el tiempo, y la necesaria concurrencia de estas, no como ayuda sino como principal fuente de financiación, hace que su interrupción también detenga los procesos de mejora. Algunas acciones se limitan a fenómenos aislados, sin continuidad. De esta manera se cuestiona la «sostenibilidad» y la autonomía de algunas campañas o iniciativas de desarrollo local. Simultáneamente se da el caso de que otras promociones equivalentes se repiten en espacios o momentos próximos sin considerar su duplicación
El planeamiento estratégico del desarrollo local tiene que ser concienzudo y preveer las nuevas tendencias, los nuevos escenarios socioeconómicos y políticos para que los planes, programas y acciones que de ellos emanen estén perfectamente adaptados a su contexto. Para ello, su tratamiento debe ser global, integrador. Todas las iniciativas tienen que estar correlacionadas y deben desarrollarse en la misma dirección. Por ello este trabajo ha de ser interdisciplinar y atender a muy diversos factores
En suma, con el presente número tratamos de presentar una visión del desarrollo local desde la práctica cotidiana, sin olvidar la reflexión más general que supone este paradigma del desarrollo endógeno.
El desarrollo local tiene parte de su fundamento en una serie de problemas a los que enfrentan ciertos territorios, el desempleo, la preocupación por la exclusión social y laboral de numerosos colectivos, el envejecimiento y despoblamiento de las zonas rurales y sus deficientes e insuficientes infraestructuras, entre otros. Todo ello, con el telón de fondo de la globalización de la economía y la sociedad, donde cobran protagonismo las empresas innovadoras, las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, que junto con los transportes y las comunicaciones permiten la interacción entre las organizaciones y su rápida y compleja evolución. Esta globalización y el inicio de una nueva fase de desarrollo del ya tradicional sistema capitalista, se traducen en:
· Nuevas formas de regionalización y de integración de las economías y de los mercados.
· Un reforzamiento de las relaciones económicas, políticas e institucionales entre los países que genera un sistema global aunque geográficamente diversificado.
· Un incremento de la competencia en los mercados y entre los territorios que obliga a una reestructuración productiva de los países, regiones y ciudades, en un contexto de producción y comercialización a escala global.
· El despliegue y consolidación de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, la llamada «Revolución de la Información».
Esta globalización y reestructuración productiva afecta tanto a las regiones desarrolladas como a las regiones atrasadas, a las ciudades grandes, y a las ciudades medianas y pequeñas, en función de su dotación de recursos humanos, naturales, etc., de su incardinación a la economía global y de su capacidad y potencia de respuesta local/territorial estratégica a los retos del nuevo contexto.
En este contexto se hace necesaria una nueva organización del sistema de ciudades y regiones, donde los espacios y los territorios no son sólo el espacio físico donde se ubican las actividades productivas y las organizaciones, sino que son entes con personalidad propia y capacidad de actuación y respuesta en sí mismos. Esto, debe acompañarse de políticas de desarrollo local que generen empleo y que impliquen la descentralización de los modelos, el crecimiento general sostenible con un tejido consolidado de pequeñas y medianas empresas, y de una acción integral con el compromiso conjunto y el consenso de los agentes sociales e implicación decidida de la Administración.