Abdominales y la Grasa

La imagen corporal puede llegar a interesar más que la propia salud. Quizá sea una manifestación de ella. Dicen los expertos que elegimos pareja sexual por las señales que nos envía el cuerpo sobre su potencial reproductivo, sobre el paquete de genes que se unirá a los nuestros; porque, según los sociobiólogos, nuestro único objetivo es conseguir una descendencia que asegure la perdurabilidad de nuestros genes y para ello, nada mejor que asociarlos con otros tan buenos o mejores que los nuestros. La verdad es que yo no sé cómo son mis genes, ni me importa, ni sé qué signos externos, lo que llamamos fenotipo, denotan más capacidad de supervivencia. Unos las prefieren rubias y otros morenas, unos altas y otros bajas, algunos las prefieren rellenas, incluso obesas. Se asociaba con la fecundidad, así representaron, no creo que por torpeza, a las Venus prehistóricas. La más conocida, la de Willendorf, es una mujer, más que redondeada como pueden ser las bellas de Rubens, desmoronada, con grasa formando argollas colgantes, y ubres casi vacunas.

Hay algo en la grasa femenina que atrae, quizá por su función estrogénica. De hecho, las mujeres excesivamente delgadas pueden quedarse sin regla o tener desarreglos menstruales, pero no toda la grasa tiene ese atractivo y esa función. El exceso de ella en el abdomen puede producir entre los hombres un cierto rechazo en la atracción del otro sexo. Quizá porque las mujeres casi inevitablemente ponen grasa en esa parte del cuerpo a partir del climaterio y es, por tanto, un signo de pérdida de capacidad reproductiva, y es que su silueta se parece cada vez más a la del hombre.

La grasa abdominal, en cantidades grandes, es poco saludable, porque produce diabetes por resistencia a la insulina, la hormona que regula la glucosa; se asocia a hipertensión y al metabolismo adverso del colesterol.

No sé si hay genes, o conjunto de ellos, que hagan más atractivas, reproductivamente, a las mujeres con distribución de grasa en caderas, la llamada ginoide, ni si los hay en las mujeres que las empuje a elegir a los hombres por acumularla en la barriga, la llamada distribución androide, aunque esto denote preponderancia hormonal de andrógenos.

Uno no puede luchar contra la preferencia de la grasa por depositarse en los lugares que no son de nuestro gusto. Ella es autónoma, como tantas otras funciones del organismo. Es, en general, una suerte que no tengamos que ocuparnos de decidir a cuántas revoluciones por minuto tiene que latir el corazón en cada instante o cuánta insulina hay que segregar. La verdad es que nos gustaría ordenarle al intestino que no absorbiera ese alimento que tanto nos apetece y que sabemos que nos hará aumentar de peso o nos sentará mal. No podemos. Tampoco podemos, mediante el ejercicio específico, retirar la grasa de lugares concretos y mantener la que desde el punto de vista estético nos interesa.

Con el ejercicio se gasta energía, tanta como requiera el trabajo que realizamos. La eficiencia metabólica es muy semejante entre los seres humanos: al quemar la grasa se produce una cantidad fija de energía, 8 kilocalorías, de la que se aprovecha algo más del 20%, el resto se disipa en forma de calor. Otra cosa es la eficiencia mecánica, cómo se emplea esa energía en producir trabajo, y eso varía algo, no mucho, entre individuos. En definitiva, cuando hacemos ejercicio gastamos el azúcar y la grasa, también las proteínas, que tenemos en los depósitos y la cantidad que gastamos se puede calcular con bastante precisión en función del peso y del tipo de ejercicio.

Lo primero que se gasta es lo que hay en los músculos que movemos. Allí hay azúcar y algo de grasa entreverada. Pronto se tiene que usar el azúcar del hígado y la grasa de otras partes del cuerpo, pero no necesariamente la de la zona que ejercitamos. Por ejemplo, hacer abdominales no adelgaza preferentemente la barriga, o caminar o hacer «step», tan de moda, adelgaza muslos o piernas. El cuerpo usará la grasa como su organización, ciega y sorda a nuestro deseo, decida. De hecho, hay depósitos de grasa más resistentes al uso, muchas veces los que uno preferiría no tener.

Antes pensábamos que la grasa era un tejido inerte. Hoy sabemos que tiene importantes funciones metabólicas y que no toda la grasa del cuerpo es igual. No sé qué desarreglos metabólicos puede producirse con la liposucción, una modificación tan brutal de un tejido vivo. Parece más saludable perderla progresivamente con dieta y ejercicio. Con este último se puede remodelar el cuerpo, porque nos hace construir músculo. Es un beneficio estético que se une a los muchos beneficios para la salud. Sin embargo, así como podemos elegir qué músculo modelar, desgraciadamente, no podemos elegir qué grasa perder y cuál conservar.

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