La ciencia se equivoca

Ante todo quiero felicitar a los científicos venezolanos, -entre ellos a bastantes médicos-, su noble y desinteresada contribución para sacar adelante el país, sin contar muchas veces con los recursos mínimos necesarios. Se han entregado en cuerpo y alma a su misión. Aclarado esto, -que es de justicia-, sigamos adelante.

En uno de los libros que narran las barbaridades que hicieron los nazis en los campos de concentración, leemos:

“No lejos de nosotros, de un foso, salían llamas gigantescas. Estaban quemando algo. Un camión se acercó al foso y descargó su carga: ¡eran niños! Sí. Lo vi con mis propios ojos. No podía creerlo. Tenía que ser una pesadilla. Me mordí los labios para comprobar si estaba vivo y despierto.

¿Cómo era posible que se quemara a niños y que el mundo callara? No podía ser verdad. Jamás olvidaré esa primera noche en el campo de concentración, que hizo de mi vida una larga noche bajo siete vueltas de llave.

Jamás olvidaré esa humareda y las caras de los niños que vi convertirse en humo. Jamás olvidaré esos instantes que asesinaron a mi Dios y a mi alma y que dieron a mis sueños el rostro del desierto. Jamás olvidaré ese silencio nocturno que me quitó para siempre las ganas de vivir”. Estas líneas las escribió Elie Wiesel en su libro “La noche”. Un espeluznante relato de lo que hacían los médicos nazis con las vidas humanas después de experimentar con ellas. Actos que eran consecuencia de la pobre visión que tenían acerca del valor de la vida.

Esto se sigue haciendo en nombre de la ciencia con la diferencia de que ahora no los queman, simplemente los botan en un pipote o los congelan como un corte de lomito.

Stanley Jaki, físico, citando a Maxwell dice: “Una de las pruebas más difíciles para una mente científica es conocer los límites que tiene su conocimiento”. Los límites de la ciencia los fija su propio método al estudiar sólo lo cuantitativo, lo técnicamente factible. Pongamos un ejemplo. Asesinar es una acción que puede ser descrita en términos cuantitativos: se puede medir el tamaño del cuchillo utilizado por el asesino, la profundidad de la herida y el momento exacto en que murió la víctima.

A pesar de todos estos datos exactos no podemos concluir nada sobre si la persona muerta era inocente, si la acción fue moralmente lícita, o si la persona que cometió el crimen sintió remordimiento.

Son aspectos cualitativos que se escapan de las manos a la ciencia. Ante preguntas como: ¿es esto moralmente bueno? La ciencia no puede contestar. Si el científico es honrado dejará la respuesta en manos de la filosofía, más en concreto, en una de sus ramas: la ética.

“Algunos científicos han abusado de la confianza que la gente les tiene. Y este abuso se ha convertido en algo habitual -puntualiza Jaki. Los aspectos físicos y morales de una acción no pueden equipararse pues pertenecen a niveles distintos de conocimiento”.

El embrión es una persona. No se puede actuar sobre él como si fuera asépticamente “material biológico”. Cuando esto se pierde de vista, se abusa. Entonces la ciencia o los científicos se equivocan por buenas que sean sus intenciones.

Impresionan relatos como este. Deberíamos también impresionarnos con los experimentos genéticos que ignoran sus límites cuando buscamos un fin bueno, -el hijo- y se dejan muertos en el camino a sus hermanos (un medio malo), aunque impropiamente les llamemos “embriones sobrantes”. Nadie sobra. Todos somos valiosos.

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