Orden Mediático y Orden Cultural – Parte Final

III.Hegemonías y contrahegemonías en el orden comunicacional

La concentración del poder mediático es hoy uno de los principales resortes de la hegemonía en el escenario posguerra fría: el poder de los símbolos y de las ideas. Quien maneja el intercambio simbólico, incide sobre la construcción de la identidad. ¿Quién se apropia de la verdad y la difunde, quién contextualiza la información, quién presenta la contingencia local ante los ojos del mundo, quién impone tendencias en el consumo, en la música, en la estética visual, en el lenguaje?

El control de los grandes medios de comunicación, tanto en el espacio nacional como internacional, está en pocas manos. Como advierte la UNESCO, esta situación atenta contra el ideal de la diversidad cultural, pero además lo hace en un marco de profundas asimetrías entre quienes tienen el poder de transmitir mensajes y quienes no lo tienen (UNESCO, 1997). En el intercambio de naciones son los países industrializados más grandes quienes tienden a hacerse oír con más fuerza, mientras al interior de nuestras naciones en desarrollo son los grupos económicos más pujantes quienes se apropian de la prensa y la televisión.

Como en todo proceso sujeto a la globalización comercial, la industria mediática también asiste a vertiginosas fusiones donde los más grandes compran a los más pequeños, hacen sus alianzas estratégicas y diversifican sus negocios en las tantas puertas de entrada que hoy ofrece el intercambio simbólico. Dicho de modo caricaturesco, la ética de la noticia la pone CNN, la estética juvenil la difunde MTV, y el cine se norteamericaniza tanto vía HBO como en las cadenas mundiales dominantes de distribución cinematográfica.

A modo de ejemplo: News Corporation, el imperio del australiano Rupert Murdoch, no sólo ampara a famosos diarios sensacionalistas como el inglés The Sun, sino que también posee la red de televisión y cine Fox, la editorial Harper y Collins, y está mirando hacia Asia, donde le fue mal en su último intento por posicionarse en Cable&Wireless Hong Kong Telecom, la telefónica más importante de la región. La última fusión en Europa aglomera las divisiones de TV de Pearson y Bertelsmann y el Groupe Bruxelles Lambert.

En América Latina, O’Globo de Brasil posee 11 canales de medios audiovisuales, 7 estaciones de radio, 12 publicaciones periódicas, y se está asociando con Microsoft para posicionarse en Internet. Clarín de Argentina tiene Artear en audiovisuales (productora de contenidos), 7 diarios (Clarín y La Nación entre otros), y en telecomunicaciones e Internet tiene Prima (Internet), CTI Móvil (celulares), Audiotel (ss. de telefonía); además de TyC Sports (transmisión y distribución de eventos deportivos) Teledeportes, Entrada Plus y otros. Televisa de México tiene Univisión (canal hispano en el mercado norteamericano), otra serie de canales abiertos, la compañía discográfica Fonovisa, Intermex (distribuidora latinoamericana de publicaciones), Sky Tel (sistema de radiolocalización), el club de fútbol América, el Estado Azteca, Conceptos (managing de artistas), entre otros. La Organización Cisneros de Venezuela tiene, en el ámbito auidiovisual, más de 70 compañías en 39 países, y fuerte presencia en la industria discográfica y en telecomunicaciones. (Gómez, 2000).

La “convergencia” tecnológica de la industria cultural tiene como contracara económica la megafusión. Una de las características más importantes en el desarrollo de las comunicaciones en los noventa y comienzos del 2000 es la tendencia global a las grandes uniones de algunas cadenas mundiales, lo cual tiende inevitablemente a la concentración del poder en unos escasos sectores empresariales. Estas megafusiones de la comunicación conllevan a un poder mediático difícil de calibrar: Disney-ABC, Westinghouse-CBS, Time-Warror-CNN(5) . En América Latina, la alianza TELEVISA- O’Globo para televisión satelital directa. Frente a estos mega-emporios y sus mega-fusiones: ¿cuánto inciden los actores locales y los emisores de capital modesto en la opinión pública global?

Las asimetrías no sólo se dan entre grandes y pequeños actores de las comunicaciones sino también en la en la relación entre conglomerados del mundo industrializado y de América Latina, y en el contraste entre el uso del inglés vs. el castellano en la circulación global. Piénsese que, de acuerdo a datos del Observatorio Audiovisual Europeo para 1998, de los primeros 20 grupos multimedia en el mundo, medidos por su facturación anual en dólares, ninguno pertenecía a la región iberoamericana: ocho eran de los Estados Unidos, dos de Alemania, dos de Japón, dos de Francia, dos de Reino Unido, uno de Australia, uno de Holanda, uno de Canadá y uno de Luxemburgo. Once de ellos hablan, piensan y difunden en inglés, y buena parte de los otros adaptan sus lenguajes a un mercado donde cuatro de los cinco conglomerados más grandes provienen del mundo anglosajón.

Tanto más alarmante es el mapa de la facturación global del sector audiovisual y su reparto según regiones: Estados Unidos se llevaba el 55% del total mundial, la Unión Europea el 25%, Japón y Asia el 15%, e Iberoamérica apenas el 5%.(6) Si estas cifras duras tienen correlación con el grado de influencia simbólica: ¿cuán audibles somos en el mundo?

La “convergencia” se convierte en un concepto dudosamente democrático si consideramos que la información internacional está mayoritariamente en manos de las grandes agencias y empresas noticiosas. De hecho, y en base a información de fines de la década pasada, cuatro agencias mundiales controlan ampliamente la afluencia internacional de noticias escritas: AP, UPI (que quebró en 1992 y fue adquirida por Middle East Broadcasting Co.), AFP y Reuters. Con respecto a la información visual, las fuentes dominantes son Reuters TV (ex Visnews) y WTN, y en menor medida el servicio mundial de la BBC y la CNN. El promedio de producción diaria de noticias de las agencias internacionales es el siguiente: AP: 17 millones de palabras por día; UPI: 14 millones; Reuters: 1,5 millones y AFP un millón.

En comparación, y a modo de ilustración, la única agencia mundial con especial interés en los acontecimientos de los países pobres es Inter Press Service, que produce diariamente un promedio de 100.000 palabras(7). Y esta concentración del poder para construir la realidad en la imagen mediática se hace tanto más preocupante en situaciones extremas, como la Guerra del Golfo en 1991 o la Guerra de Irak del 2003, donde la CNN proyectó hacia todo el planeta la versión casi exclusiva -o altamente prevaleciente- de los acontecimientos.

No se trata sólo de hegemonía en las visiones de mundo y en los enlatados. Se trata también de una tendencia a la estandarización cultural en que prevalece una sensibilidad centrípeta como la norteamericana, y de una “rentabilización”de la cultura del mundo en manos del gran capital mediático transnacional. En este gran capital mediático nosotros, los del Sur, vemos pasar los flujos por la vereda de enfrente. Sobre todo los flujos del dinero.

Los datos duros recién presentados son elocuentes y fácilmente inducen al desaliento. Pero tampoco hay que dejarse abrumar por estos datos, y esto por varias razones. La primera es que la propiedad sobre los grandes medios no implica uniformidad en sus contenidos y visiones del mundo. Asistimos a una creciente segmentación de públicos que constituye un aspecto básico de los mercados culturales en tiempos de globalización en los flujos y digitalización en los soportes.

Esto hace que en su competencia las mega-corporaciones de la industria cultural tengan que adecuar contenidos y emisores para captar diversos públicos. No sólo diversos en las periferias del mundo, sino en los propios centros donde cada vez pesan más los públicos migrantes que traen sus propios gustos y lenguajes. Para ello las grandes cadenas no pueden limitarse a modular mensajes y enfoques. Tarde o temprano también se ven forzadas por los mercados a reclutar emisores variados para sensibilizarse con los distintos públicos.

e este modo tenemos una situación de apariencia paradójica en el “corazón del monstruo”: una racionalidad económica dura que, para optimizar sus rendimientos, ablanda sus visiones. Hasta las grandes cadenas flexibilizan sus estéticas y sus mensajes a medida que se difunden a audiencias diversas. El entramado de las comunicaciones se deja filtrar por voces divergentes. De lo contrario tiende inercialmente a la entropía. Y la entropía es el final del negocio, lo que no puede permitirse.

La segunda razón para no deprimirse por los datos duros sobre concentración de la propiedad en los medios de comunicación es que no sólo están segmentados los públicos, sino también los emisores. El abaratamiento en los componentes para ser un emisor en la industria cultural (computadores, teléfonos, softwares, circulación virtual, radios locales, video no comercial, revistas, etc.) hace que muchos actores que antes estaban confinados al silencio y la autoreferencia, hoy pueden ser productores de opinión y difundir sus puntos de vista sin límite de espacio y a tiempo real. Radios locales, páginas de Internet, teleconferencias y publicaciones permiten una fuerte presencia mediática de distintos grupos de interés que cuestionan el orden global por diversos flancos: indegenistas, ecologistas, de género, campesinistas, y las más diversas minorías organizadas en torno al diálogo virtual.

La misma lógica competitiva del lado de los productores de sistemas y hardwares, que lleva a la renovación incesante de productos y componentes, hace que los mismos se desprecien a una velocidad sorprendente, lo que permite su difusión a precios realmente accesibles. Y si bien la producción de hardware y softwares se concentran mayoritariamente en Estados Unidos y Japón, el descenso en los costos de tecnologías audiovisuales favorece la mayor generación de mensajes desde nuestras culturas (y de nuestras diversas culturas).

No podemos, pues, renunciar a las posibilidades que ofrecen los nuevos micrófonos: micrófonos de bajo costo, fácil manejo y total desconcentración territorial. Los teléfonos pueden usarse sin operadores, las computadores sin programadores, las bibliotecas sin bibliotecarias, las estaciones radiales sin ingenieros; y los videos pueden filmarse sin técnicos y los boletines noticiosos pueden imprimirse sin tener imprentas. La creatividad está en encontrar los canales ajenos para resonar con voces propias.

La tercera razón para no desalentarse es que actualmente los márgenes e intersticios pueden convertirse en espacios protagónicos. Es tan dinámico el movimiento interno de las comunicaciones, y tan vertiginosa su proliferación de signos y símbolos, que un movimiento periférico puede rápidamente captar audiencias masivas y devenir noticia. Ejemplos abundan, como la resonancia de los Zapatistas en Chiapas y de las ONGs en Seattle frente a la cumbre de la OMC. Como el sistema de información y comunicación a escala mundial es tan diversificado y poblado de encadenamientos, cada punto de entrada encuentra muchos puntos de salida. Se pierde, con ello, la proporción entre el tamaño de la puerta y el volumen de la circulación.

No importa por dónde uno entre, sale por todos lados y circula en todos los espacios. Esta lógica se expande día a día hacia los medios convencionales que, para competir, tienen que operar redificándose. La clave, entonces, radica en defender puntos de entrada, abrirlos y diversificarlos. Los actores locales y contra-hegemónicos(8), así como los grupos minoritarios en general, tienen que encontrarse con esta lógica en su difusión.

Por todas estas razones cabe plantear: la asimetría en el poder simbólico, vale decir, en el capital informativo y comunicacional, augura escenarios ambiguos, donde convive la hegemonía con inéditas posibilidades de minarla, subvertirla y desplazarla. La opción de mayor protagonismo en este concierto depende de la iniciativa no de un agente central, sino de muchos actores que no necesariamente se coordinan para operar.

La democracia comunicacional no es un maná que llueve del cielo ni la obra de un Estado magnánimo, sino el efecto de una lógica porosa y acéfala que hoy recorre buena parte de la comunicación a distancia. Por lo mismo, el campo de la producción de mensajes se vuelve cada vez más propicio para aplicar “lógicas de resistencia”, en el sentido foucaulteano del término.

Hay opciones para recalentar los canales desde abajo, apropiarse desde los márgenes e intersticios, cooptar de manera espasmódica las cajas de resonancia de la red virtual -o incluso de medios más convencionales-. No está cerrado ni resuelto el enigma de “quién coopta a quién” en una industria de la comunicación cada vez más rizomática y difícil de homogeneizar desde un centro único de poder. La frecuencia de un canal es un dato y no una ideología definida, y se puede tomar como “fatalidad del poder” o como campo de lucha por los sentidos.

El problema es que el modo de ocupación y las tácticas para revertir sentidos no son claros; y probablemente resultan muy dinámicos, porque los mismos medios van memorizando sus exabruptos y evitando ser presa fácil de voces que no coinciden con sus políticas editoriales o noticiosas.

Es casi una guerra de ocurrencia, donde la velocidad de movimientos, los trucos semánticos y los cambios en la forma de provocar reacciones en el receptor, son la artillería en esta batalla de los símbolos.

IV. A modo de conclusión: entre racionalidades duras y sensibilidades blandas

Como hemos dicho, el campo de lucha en la articulación entre cultura y política se da cada vez más en el espacio mediático, y sobre todo de la comunicación a distancia. Dicha articulación no se decide tanto en “el modo de producción” como en las “condiciones de circulación”. En el campo de la circulación hoy día se desarrolla una lucha tenaz, molecular y reticular por apropiarse espacios comunicativos a fin de plantear demandas, derechos, visiones de mundo y sensibilidades.

Y en la nueva fase de la globalización, dicha circulación se multiplica exponencialmente, rebasa las fronteras espaciales y los límites en el tiempo: los mensajes circulan globalmente a tiempo real. Una hiperpolitización de la cultura podría derivar del hecho de que toda producción de sentido puede circular sin límite e instantáneamente, contar con millones de receptores potenciales, y competir con otros tantos “eventos simbólicos” en una red intrincada e hiperventilada que no descansa.

La primacía de la circulación puede mover a pensar que en la lucha por los símbolos hoy los lugares privilegiados no existen o existen más que nunca. La tensión integración/subordinación puede expresarse de manera fuerte en los siguientes términos. Primero, es inconmensurable la fuerza integradora de la globalización cultural-comunicacinal, y frente a ella no podemos sustraernos, como tampoco puede una nación sustraerse a la globalización comercial y financiera. Segundo, es menos claro el carácter inexorable de la subordinación de las identidades locales (o nacionales, o singulares) a la estandarización cultural que se deriva de los grandes poderes circulatorios de mensajes y símbolos.

Medido en términos de propiedad sobre la industria cultural, América Latina (por ejemplo) ocupa un inequívoco lugar de subordinación al primer mundo, y muy especialmente respecto de los Estados Unidos. Pero es muy distinta la situación si consideramos el problema según como progresan las opciones de comunicación horizontal, redes Sur-Sur, alianzas contra-hegemónicas Norte-Sur (Mato, 2001; Lins, 2001), ocupación de intersticios por parte de identidades locales para hacerse oír globalmente, irrupción de lo “latino” en el gusto y la estética del mundo anglosajón, y decodificación diferenciante de los mensajes desde los lugares singulares de recepción (hibridaciones, sincretismos, mestizajes simbólicos).

En este último punto, y como ya se dijo, no importa tanto la propiedad sobre los grandes medios, sino la porosidad “rizomática” de la circulación de mensajes y conocimientos, el descentramiento del emisor, en fin, la fuerza centrífuga que pudiera ser constitutiva de la globalización comunicacional en su nueva fase. La integración tiene esta doble cara: concentra la propiedad sobre los grandes medios, y a la vez abre las compuertas del diálogo planetario.

Racionalidades duras se combinan con sensibilidades blandas. Pero es preciso no ser indulgentes. Como el dinero, el mensaje fluye sin frontera y no descansa de día ni de noche. Además, la fiesta del dinero y de las comunicaciones confluyen. Porque el acceso al financiamiento para generar las fusiones de las megacorporaciones mediáticas (hablamos de muchos miles de millones de dólares) se resuelve mediante los miles de inversionistas bursátiles que, desde distintos puntos del planeta y conectados a la pantalla, vibran apostando sus ahorros y convirtiéndose en accionistas de News Corporation, Televisa o del holding de Hearst –mega-empresas de la industria cultural que transan sus acciones en Nueva York-. La misma convergencia invocada por los grandes medios como fenómeno mediático y de la industria cultural, subyace entre la globalización financiera y la comunicacional: la fluidez de la primera permite la expansión/fusión de la segunda. (Gómez, 2000).

Quisiera en este punto plantear que “lo político” no se juega aquí tanto en la lucha entre derecha e izquierda sino en las tensiones entre racionalización y subjetividad, o bien entre racionalidad económica y racionalidad cultural. ¿ Quién se impone, quién se filtra, quién subvierte o coloniza, neutraliza o moviliza? Esa es la cuestión. Esta tensión se da en la música, en el cine, en la artesanía, en el intercambio académico, en las letras y en el folklore, entre otros.

Por un lado la competencia más cruda de las editoriales, sellos discográficos, emporios televisivos y la industria del espectáculo en general, obliga a la permanente novedad y diferenciación en temas y estilos: allí lo “etno” entra como un componente de diferenciación, irrumpe mundializando súbitamente lo que permaneció silenciado y excluido por siglos. Pero al mismo tiempo, su circulación veloz va de la mano con la lógica de los mercados que impone una obsolescencia acelerada, un tratamiento banal, un formateo de escaparate o de jingle de publicidad. Al mismo tiempo se da la extroversión y la reducción a denominador común. Las culturas son rescatadas del silencio para luego ser masticadas por el ruido mediático.

Pero también se da el otro lado de la moneda: cada vez más gente en el mundo oye signos más variados, consume símbolos más diversificados, amplía su sensibilidad hacia voces, sonidos y metáforas que vienen de otras zonas y otros grupos. La transculturización viene dada allí como mayor pluralismo en el espíritu. La democracia cultural es el reverso de la racionalización de los símbolos. Y la moneda sigue girando en su canto, sin saber todavía de que lado dejarse caer. Por eso se trata de un campo de lucha: porque hay un amplio margen de incertidumbre respecto de los desenlaces que se van dando (no de una vez para siempre, sino todos los días) entre el triunfo de los sentidos o la sordera de la circulación mercantil.

Bibliografía

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