El “bullyng” es el acoso generalmente manifestado en forma de agresión que sufren algunos estudiantes por parte de sus mismos compañeros. Este comportamiento se da entre chicos pequeños y entre alumnos del secundario.

El término “bullyng” deriva de “bully”, palabra que en inglés significa “bravucón”. Las formas de maltrato dentro del grupo pueden tener diferentes demostraciones.

Estas expresiones pueden ser verbales, como insultos, hablar mal de alguien, realizar comentarios desagradables. El destrato psicológico se ve en amenazas. A veces los acosados padecen aislamiento, marginación y son ignorados. Por lo general se llega a las agresiones físicas por medio de peleas, empujones, palizas.

Siempre las agresiones se producen sobre la misma persona, no sobre un grupo. La víctima es atacada de forma repetida y durante un tiempo extendido. El agresor instala una relación de dominio-sumisión sobre el alumno martirizado. Y la agresión supone un dolor, un padecer no sólo en el momento preciso del ataque, sino de forma sostenida, ya que la víctima estará pendiente de volver a ser blanco de futuros ataques.

Los niños agredidos suelen ser débiles, inseguros, con baja autoestima y suelen ser chicos apegados a su familia, sobreprotegidos por sus padres. Estos chicos son incapaces de salir por sí mismos de la situación que padecen. Los agresores, de perfil pendenciero, son seguros de sí mismos, con un nivel de autoestima alto y asumen el rol de líderes. Generalmente son imponentes físicamente, manipuladoras y con bajo rendimiento escolar. Su temperamento es agresivo e impulsivo, con deficiencias en habilidades sociales para comunicar sus deseos y necesidades, son chicos con problemas. A pesar de la forma en que destratan a sus compañeros no sienten culpa y, en muchos casos ellos mismos fueron hostigados en la misma escuela o, inclusive, hasta en su casa.

Los compañeros de los chicos castigados temen protegerlos por la posibilidad de pasar a ocupar su lugar. Lo más común es que se produzca un contagio social que inhiba la ayuda e incluso fomente la participación en los actos intimidatorios.

Los padres del niño victimizado se darán cuenta de que algo está sucediendo con su hijo porque irán apareciendo signos: no quiere ir a la escuela, “le duele la cabeza o la panza” permanentemente, llora con facilidad y sin motivo aparente, presenta insomnio, mal humor, ansiedad. También tienden a encerrarse en su cuarto y no salir de su casa, sus notas empeoran, regresan del colegio comentando que han perdido el dinero para el colectivo o el kiosco y llegan a la casa con golpes, arañazos, moretones y la ropa raída.

Ante esta situación, que, inevitablemente generará mucha angustia y desconcierto en los progenitores, ellos deben tomar un rol activo, acentuando fundamentalmente dos acciones. Deberán denunciar esta situación en el colegio, hablar con las maestras y dar todos los detalles posibles. Y deben intentar un acercamiento al niño, demostrando apertura, calidez y afecto para lograr que el chico pueda desahogarse y logre pedir ayuda.

Una vez que las autoridades escolares están al tanto de lo que acontece deben estar muy atentos a las relaciones y juegos grupales, tienen que evitar dejar a los chicos sin supervisión y lo más sensato es hablar con los padres de los victimarios, para blanquear esta situación ante ellos con el fin de que puedan ayudar a manejar su agresión. Se torna primordial que los asistentes sociales y los integrantes de un eventual gabinete actúen, brindando charlas y organizado grupos de reflexión para trabajar la problemática.

Cuando los padres detectan que el grado de padecimiento de su hijo es muy profundo deben buscar adecuada ayuda profesional para así lograr evitar el riesgo de consecuencias emocionales duraderas para su niño. Los chicos que son intimidados experimentan un sufrimiento real que puede interferir con su desarrollo social y emocional, descartando que el primer ámbito afectado será el relacionado al rendimiento escolar.

Contacto: [email protected]