Naturaleza de la Violencia

Acercándonos a la antropología en busca de respuestas, encontramos perspectivas que avalan esta afirmación y otras que ponderan el justo equilibrio en esa alquimia singular que es cada persona. En esa dirección rescato las investigaciones del antropólogo Willam Ury, con una extensa trayectoria en temas vinculados con el conflicto humano y social.

Ury nos dice así, que una visión mas cuidadosa de la evidencia antropológica y arqueológica hoy disponible, permite afirmar que en el primer noventa y nueve por ciento de la historia de la evolución del hombre y con mas certeza el período que va entre los cien mil y los diez mil años atrás, hay muy pocas pruebas concluyentes de una supuesta violencia humana generalizada. Las armas prehistóricas y las millares de pinturas rupestres identificadas, algunas con hasta treinta y cinco mil años de antigüedad, muestran pocas indicaciones de combate armado, que si aparecen a partir de la marca de los diez mil años atrás. Vale decir que podemos inferir que se mantenía una coexistencia basada en la cooperación. Es a partir de los diez mil años que aparece la coerción en las relaciones.

Dentro y fuera de la antropología el debate ha sido intenso durante muchos años. El punto de equilibrio nos dice hoy, que los seres humano somos capaces tanto de ejercer la violencia como de controlarla y canalizarla creativamente. Que en definitiva somos capaces de hacer la guerra y capaces de vivir en la cooperación y en la paz.

Rafael Echeverria, en Ontologóa del lengueje, nos dice que los seres humanos somos seres conversacionales, vale decir que nos relacionamos desde la conversación, que conversamos permanentemente, con nosotros mismos y con los demás. Pero los acontecimientos cambian después de las conversaciones, porque la palabra cambia la realidad, el mundo cambia después de lo que decimos o nos hablamos, según sea que nos hablamos desde la paz y desde el poder de la comprensión o desde el deseo de imponernos sobre el otro sin cuidar su ser. La palabra genera acción, es generativa de la acción. Y es la palabra la que traduce nuestro comportamiento y define nuestro ser. Somos lo que hablamos y somos como actuamos. Es la palabra la que puede modificar la realidad, según sea lo que nos decimos hacia el interior de nosotros o bien, hacia el otro.

Es distinta la forma de encarar la convivencia y la interacción humana según hablemos desde la paz o desde el conflicto, es distinto el mundo que creamos según lo que nos decimos y le decimos al otro.

Decimos estar en paz cuando aceptamos vivir en armonía y desear vivir en armonía nos requiere ponernos en el lugar del otro.

Esta mirada nos vuelve, una y otra vez, a considerar la importancia de la toma de conciencia del respeto por el ser del otro y el activo compromiso social que debemos asumir en pos de horizontes de creciente humanidad. Tenemos como prueba tangible que, a pesar de las múltiples formas de violencia, es mayor la proporción de personas, familias y comunidades, que pueden coexistir pacíficamente, resolviendo los conflictos desde la comprensión. Que la proporción de violencia y maltrato en adultos mayores, niños, mujeres, es menor que la que pueden convivir en entornos familiares y sociales positivos. No estamos condicionados a coexistir con la violencia. Podemos y debemos actuar para que el respeto hacia el otro ser, el trato que corresponde hacia la dignidad y respeto por la persona, se amplíe e involucre a todos quienes puedan haber quedado en una orilla distinta y muy dolorosa.

Y para ello volvemos a hablar del poder de la palabra, del poder de la conversación y de la sensibilización de todos, para ver desaparecer la violencia de la ignorancia y/o de la indiferencia.

Todos sabemos que una autentica educación intergeneracional y social, debe ser un objetivo constante del conjunto de la comunidad. No debe quedar exclusivamente en manos de expertos, por el contrario, transmitir estos valores y romper el silencio denunciando la violencia, el mal trato o abuso es un deber ineludible de toda persona comprometida con su existencia, con su misión en la vida.

El notable escritor José Saramago-Premio Nobel de la Literatura, prueba tangible del poder creador de los mayores y de su aporte significativo en la sociedad, con sus gloriosos y siempre fructíferos ochenta y siete años, publicó uno de su último libro llamado “Las pequeñas memorias”. En él cita, entre otros recuerdos de su infancia, episodios de maltrato por parte de su padre.

En una de las entrevistas concedidas con motivo de la presentación de esta obra, narra que un amigo íntimo luego de valorar el libro, le señaló que “hay cosas de la familia que no se cuentan, no se hablan”. Saramago le contesta que, hay que hablarlo si es cierto. Y alerta diciendo “NO HACERLO ES ACEPTAR UNA CONSPIRACIÓN DE SILENCIO Y SUFRIMIENTO”

De eso se trata, de no tener complicidad con las múltiples formas del silencio, negación y subestimación del maltrato hacia los niños, mujeres y adultos mayores, a los sin voces, a veces evidente, a veces oculto o disfrazado, pero con dolorosos y trágicos efectos sobre la vida de quién lo padece, ya sea dentro de su propia familia, en una institución, o bien en la comunidad en la que transcurre su existencia.

El ocultamiento del ejercicio de la violencia ejercida sobre los sectores más débiles y vulnerables nos asemeja a sociedades irracionales y autodestructivas, incapaces de desarrollarse y evolucionar humanamente con felicidad. Esa felicidad observada en las comunidades más pacíficas y cuidadosas de sus integrantes, e integradas familiarmente a entornos seguros y amigables. Esa comunidad que todos deseamos.

Espero de todo corazón, que nos acerquemos cada día mas a ese estilo de sociedad, procurando con las conversaciones que mantenemos todos sus integrantes, la creación de contextos colaborativos, de cuidados mutuos, respeto y paz.

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