Tastil:El misterio develado

A 3100 metros de altura, el viento sopla pausado, pero con fuerza. Sin embargo, el paisaje de la quebrada no acusa recibo: los enormes cardones y los pequeños arbustos permanecen inmóviles. Lo mismo ocurre con las piedras dispuestas prolijamente sobre el terreno, que constituyen los restos de unas 300 viviendas pertenecientes a la cultura tastil, cuya desaparición ha sido un misterio de la arqueología local.

Entre los siglos X y XV, en lo que es hoy el sitio arqueológico de Santa Rosa de Tastil, ubicado sólo 100 kilómetros al oeste de la ciudad de Salta, vivieron unas 3000 personas; fue uno de los centros urbanos más grandes del noroeste argentino prehispánico. Pero a la llegada del inca a estas tierras -lo que se estima que ocurrió alrededor de 1480-, este importante centro de intercambio comercial se encontraba deshabitado, o al menos eso es lo que plantearon los arqueólogos que estudiaron el sitio en la década del setenta.

Pero el hallazgo de más de cincuenta sitios incas en los alrededores de Tastil, en los que se mezclan la arquitectura y la cerámica incaicas con la propia de la cultura tastil, junto con el de un camino típicamente inca que atraviesa esa ciudad, revela que la decadencia de la ciudad fue el resultado directo de su anexión al Imperio Inca.

“Fueron los incas los que ocasionaron el despoblamiento de Tastil, porque no les interesaba mantener una ciudad con una densidad tan grande de habitantes. Lo que les interesaba era el sector productivo, asociado a ese centro de comercio, y la gente de Tastil para que lo trabajara”, dijo a LA NACION el licenciado Christian Vitry, investigador del Museo Arqueológico de Alta Montaña (MAAM), de Salta, que realizó los estudios que reescriben la historia del fin de la cultura tastil.

Intereses contrapuestos

Antes de la llegada de los incas, en el mercado de Tastil se intercambiaban productos de distintas regiones. Las primeras excavaciones, realizadas en la década del 70 por investigadores de la Universidad de La Plata, arrojaron restos de una amplia variedad de productos: moluscos del Pacífico; semillas de plantas y maderas del Chaco; cerámicas de los Valles Calchaquíes, de Humahuaca y de Lerma, entre otros.

Pero lo que los incas vieron en Tastil fue la posibilidad de contar con mano de obra capaz de explotar las riquezas naturales de los alrededores. “Los incas sacan a la gente del poblado y la llevan a trabajar a las zonas de cultivo, ganadería y minería, que estaban a una distancia de entre 5 y 15 kilómetros de Tastil, todas en la quebrada del Toro, en un eje que vinculaba la Puna con el valle de Lerma”, explicó Vitry.

Para establecerse en sus alrededores, prosiguió el arqueólogo, crearon un camino con una sucesión de postas y tambos, de centros administrativos y pequeños poblados, que desestructuraron la organización de Tastil: “Cambian el esquema, que era radial y concéntrico, con centro en Tastil, por un esquema de una administración lineal que dependía de otro centro mucho más grande [el del Imperio Inca]”.

Con su trabajo en los centros agrícolas, mineros y ganaderos, los antiguos pobladores de Tastil pagaban tributo al inca. Claro que ya no vivían en el poblado original, sino en pequeños campamentos alrededor de los sitios productivos dominados por las nuevas autoridades.

“Evidencia de ello es que en los sitios incas, donde hay estructuras con características arquitectónicas incaicas, existen pequeñas aldeítas o campamentos con la misma arquitectura y cerámica de Tastil -dijo Vitry-. El despoblamiento de Tastil fue un proceso que no debió durar mucho tiempo. Quizá no haya sido abrupto, pero el resultado final es que la gente terminó trabajando fuera del poblado, bajo el dominio inca.”

Hoy, el sitio arqueológico de Santa Rosa de Tastil -declarado en 1997 monumento histórico nacional- y los sitios arqueológicos satélites albergan los restos de dos culturas desaparecidas, pero de peso en su tiempo. Los tastiles, por ejemplo, legaron uno de los centros de arte rupestre más importantes de la Argentina, con más de 700 bloques de piedra grabados con petroglifos de camélidos, figuras antropomórficas y geométricas.

De la presencia inca en Tastil se destaca el camino que cuenta con un sofisticado sistema de puestos de observación. “Dispuestos sobre lomadas, a 50, 100 o 200 metros de distancia entre uno y otro, esos puestos permitían establecer comunicación visual sin que los que por abajo transitaban por el camino se dieran cuenta”, explico Vitry.

A través de los puestos de observación, concluyó, “un mensaje podía ser transmitido de un extremo a otro de los 70 kilómetros del camino en cuestión de minutos.”

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