Recomendaciones para Iniciarse en la Escritura

Cuando uno siente el deseo ineludible de escribir, en la práctica el único requisito indispensable es hacerlo.

¿Cómo podemos hacerlo?

¿Escribiendo en soledad o en el medio de una multitud?

¿Sentados o de pie?

¿Qué hablen nuestros personajes o que permanezcan en silencio?

Esta lista de ejemplos es inagotable, y no hay una fórmula que sea una verdad absoluta. La respuesta depende de cada caso. De cómo se escribe depende qué se escribe.

Es muy importante entonces conocer los secretos, las técnicas y los trucos que el oficio nos aporta, y de esta manera alimentar y encontrar nuevas vías para ampliar las posibilidades.

Escribir es en sí mismo una práctica. Si nos dejamos llevar por nuestros pensamientos, sean estos los más ridículos como los más sensatos, llegaremos a la conclusión de que nada es tan ridículo ni tan sensato a la hora de escribir. Incluso aquello que censuramos puede ser material para que se convierta en parte de un texto.

Un pregunta que a la hora de escribir surge con mayor frecuencia haciendo funcionar la autocrítica negativa es: ¿Podré hacerlo?, seguro que no. Es por ello que debemos convencernos al empezar a escribir, que comenzar a hacerlo es no detenerse. Hacerlo durante un tiempo preestablecido, sin que este tiempo nos pese, sino que se convierta en un momento de placer, en un espacio donde lo real y lo ficticio se mezclan.

Para empezar todo vale y puede ser convertido en palabras, escribir lo que pasa por la mente, escribirlo en el acto en la página es una buena manera de animarse e ingresar al mágico mundo de la escritura.

De palabras que a su vez forman oraciones, están hechos los cuentos, los poemas, las novelas, las noticias periodísticas.

Todos los elementos que utilizamos para recrear el lenguaje forman parte del goce de escribir: lápiz, máquina de escribir, papel, etc. Si nos gusta nuestra letra, hagámoslo primero a mano, las máquinas convierten nuestras ideas en parejos caracteres de libros. En cualquier caso, los instrumentos nos predisponen a expresarnos. A veces lo ideal es sentirlos como una prolongación de nosotros mismos.

Hay quienes a la hora de escribir prefieren una habitación, en otros casos un rincón basta para que pueda manifestarse el escritor que llevamos dentro. Aunque también, el espacio puede ser itinerante. La escritura no está reñida con el deambular. Existen escritores que crean en los bares, al aire libre o en un medio de transporte.

En lo posible no debemos aferrarnos a la lógica, escribir siguiendo un hilo cronológico no es escribir con creatividad. Cuando solo copiamos la realidad en su orden cotidiano sin transformarla estamos transmitiendo algo que cualquier mortal puede ver y sentir; en la medida que nuestra creatividad haga de esa realidad algo distinto, estaremos frente a la posibilidad de crear un texto que el lector tendrá que interpretar porque fuimos más allá de lo que se puede ver o sentir desde lo cotidiano.

Si comenzamos un texto diciendo “se despertó como todas las mañanas”, continuamos diciendo “se levantó lentamente”, “se lavó la cara”, “se vistió” y “salió a la calle” estamos explicando situaciones e informando al lector sobre la rutina que cumple un personaje. Pero escribir no es en sí mismo un pretexto para informar. Lo significativo seria contar de qué modo ejecuta nuestro personaje cada una de las acciones mencionadas, qué siente o piensa al hacerlo, la manera personal y única de hacerlo.

Para hacer un buen texto literario, ser auténticos es más positivo y saludable que responder a lo “normal”. ¿Por qué ambientar el verano con gente liviana de ropas, con la necesidad de una copiosa lluvia; si cada uno de nosotros tiene otras imágenes que nos remiten al verano, imágenes más singulares que llamarán más la atención del lector?.

De la libertad que proporciona la escritura proviene el placer de hacerlo. No contar lo obvio sino lo diferente de cada día.

Escribir las sensaciones, las frases que escuchamos al pasar, las observaciones que hacemos de lo que nos rodea y guardarlas es una buena manera de acopiar material que podemos luego utilizar en un texto literario.

Tomar nota de lo que cada día miramos sin ver, captar los distintos matices de la luz en los mismos sitios visitados por la mañana y por la tarde. Indagar, provocar, curiosear, y seguir anotando. La página vacía no tiene por qué intimidarnos. Un buen sistema para desarrollar ideas es partir de la impotencia ante el papel en blanco.

Recuperar las historias que nos contaron en alguna época de nuestra vida puede ser muy productivo. De hecho, lo ha sido para muchos escritores que han disfrutado en su infancia de los cuentos alrededor del fuego o cuando a la hora de dormir un padre o una abuela les narraban historias que se confundían con sus sueños.

Al comienzo del proceso de aprendizaje se puede investigar cómo han llegado otros escritores o construir su texto. En la lectura encontramos una fuente inagotable de recursos para poder escribir. Quien no lea mucho no podrá escribir de manera creativa.

No desprenderse de lo escrito en nuestros primeros tiempos de trabajo. Por ser el hombre un ser temporal, el paso del tiempo se mide por nuestras acciones y reacciones. Cada momento de nuestra vida guarda una variedad de vivencias muchas veces irrepetibles. Por lo tanto, lo registrado en un momento determinado puede servirnos para caracterizar a un personaje.

A medida que aprendemos el oficio, aprenderemos a recuperar aquello que nuestra inexperiencia consideró descartable.

“Escribir a pesar de todo, pese a la desesperación…” – Marguerite Duras.

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