Sabiduria y Ciencia

Ensayo. Es curioso que los autores que pretenden ofrecer serenamente otro modelo de racionalidad futura que el moderno, acudiendo a las fuentes históricas del pensar, hayan de recurrir a la ciencia más avanzada, a las últimas teorías sobre el átomo o la relatividad, para encontrar un parangón con la sabiduría oscura y perdida de otros tiempos. Lo demás no está a su altura, diríamos, y una cosa y otra son tan profundas como oscuras. Por hablar de autores introducidos en España por Atalanta, esto sucedía con los dáimones de Harpur, con el psiquismo astral de Tarnas y sucede ahora con el alma del mundo platónica o con la viejísima sabiduría hindú.

Resulta, por desgracia, como apunta Daniélou, que, por modernidad, se rechaza conocer las fuentes del saber humano, y la injustificable ignorancia que ello produce hace que ese saber profundo parezca superado, sin conocerlo. No se sabe muy bien por qué, porque tampoco “se nos exige que volvamos a las creencias de la Antigüedad o a las supersticiones de la Edad Media, sino que entremos en empatía con las mentes más elevadas de cada época y tratemos de reformular sus intuiciones de manera acorde con nuestro tiempo”, escribe Godwin. Es decir, se trata de “expandir la mente más allá de la cosmovisión común en que está atrapada la mayor parte de la modernidad, en una época en que claramente se agota un ciclo de mundo y otro nuevo está todavía por nacer”. De ampliar las perspectivas de los esfuerzos por descubrir el enigma del universo, el lugar del ser vivo en él y los medios para realizar su destino: las cuestiones humanas de siempre. Eso buscan expresamente estos dos libros desde dos tradiciones milenarias: una comienza con Platón, la otra muchísimo antes.

Godwin presenta una edición española de su compilación de los textos históricos más preclaros sobre el tema de la armonía, o música, de las esferas. Todos ellos pueden entenderse como un comentario al pasaje del Timeo en que Platón describe cómo el Demiurgo forjó el Alma del Mundo dividiendo la substancia primordial en intervalos armónicos. La armonía musical refleja esa armonía cósmica, hay algo musical en el cosmos y algo cósmico en la música: este motivo se convirtió en un background científico y místico que recorre nuestra cultura desde antiguo. (Piénsese, por ejemplo, en la “lira cósmica” de San Atanasio y en la de Kepler). En el fondo las cosas no han cambiado mucho, y, en tal caso, para peor: igualmente oscuras pero más feas. “Donde en un tiempo se abrían las puertas de los cielos se encuentran ahora los agujeros negros, dispuestos a tragarlo todo en el olvido. Donde antaño los ángeles de los planetas conducían sus carros astrales, ahora unas fuerzas sin sentido impulsan estrellas y planetas hacia su sino inexorable. Y el canto o la palabra creadora de Dios se reduce a un big bang mitológico que ni siquiera los científicos comprenden”.

A Daniélou, tras 25 años de vida y estudio en la sociedad hindú tradicional, a su regreso a Occidente, en 1960, le sorprende la “increíble ignorancia” del mundo cristiano del significado de los ritos y mitos, o el carácter primitivo e infantil de sus conceptos filosóficos y teológicos. Y “sólo en las ciencias más avanzadas, las matemáticas, la cibernética, la biología, la ciencia del átomo”, encuentra nociones que se parecen a las que manejaba en la India. La India ha sabido preservar un saber milenario, una búsqueda cosmológica, religiosa, mística y filosófica que en algún momento fundacional constituyó la experiencia común de gran parte de la humanidad, incluida Atenas, y que en cuanto tal búsqueda sigue siendo la misma hoy. Es el saber del hinduismo, la “religión eterna”, lejana a cualquier dogmatismo y exclusividad. Este libro, un clásico, es como una enciclopedia de esa reserva de conocimiento originario. Una “iconografía del panteón hindú” lo llamó el mismo autor.

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